

Born on May 31, 1945, in Charco Blanco, San Luis Potosí, Mexico, Angel was the youngest son of Francisco and Teodora Montelongo. He was the cherished brother of Roman, Maximino, Santos, Pedro, Catalina, Maria, and Florencia. Angel’s story is one of dedication—to family, to community, and to a life of quiet service and deep faith.
In 1964, Angel made the courageous journey to the United States, where he first worked in agriculture and truck driving. He settled in Rancho La Campana, a place where he built lifelong friendships and began treasured family traditions. His strong work ethic led him to employment with Samuel Edwards, Alamillo Farm Labor, Valex, and Limoneira.
In 1967, Angel met the love of his life, Ninfa in Cerritos, SLP. Their bond was instant and enduring, blossoming into a beautiful marriage that lasted 55 years. Together, they built a loving family and a home filled with warmth and laughter. Angel was a devoted husband, father, grandfather, and great-grandfather. He is survived by his children Blanca, Mariela (Mario), and Angel (Marlen); grandchildren Joseph, David, Vanessa, Natalia, Alexa, Layla, Damian, Mario, and Maria Isabel; and great-grandchildren Jayden, Francisco, Elissa, Theo, Madelynn, Anthony, and Mila.
Angel gave generously of his time and heart. He was deeply involved in the community through Club Cerritos and Beneficiencia Mexicana Fraternal, and served as President of Casa Del Mexicano in Santa Paula for over 10 years. Whether helping organize events, assisting families in need, or leading charitable efforts for causes like the March of Dimes, Easter Seals, St. Jude, and Señor de los Rayos, Angel was always the first to offer help—never asking for anything in return.
His faith was a guiding force in his life. He was a proud member of Cristo Rey and served as a Eucharistic Minister at St. Francis of Assisi Church in Fillmore. His devotion was visible not only in his service but in the way he lived—with humility, gratitude, and compassion.
Angel found joy in the simple pleasures: gardening, feeding the birds, sharing breakfast with family, cheering on his favorite shows, visiting Chumash Casino, and, perhaps most memorably, showing up at your door with a bag of freshly cut nopales and a warm smile. He adored his grandchildren and great-grandchildren, and cherished every moment spent with them.
Family was everything to Angel. He took pride in being part of the original committee that organized the Montelongo Reunion in 1982, a tradition he hoped would live on forever. He believed that family was not just a bond but a legacy—and he worked tirelessly to keep that legacy alive.
Angel's presence was undeniable. When he walked into a room, it lit up—not just from his warm smile, but from the love and light he radiated so naturally. To know him was to feel seen, heard, and deeply cared for.
We will miss his stories, his laughter, his quiet strength, and his unwavering love. But his spirit lives on in every garden he planted, every life he touched, and every heart that carries his memory forward.
Rest in peace, Angel. Your life was a blessing, your memory a treasure. You are loved beyond words and missed beyond measure.
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Con profundo cariño y pesar, anunciamos el fallecimiento de nuestro querido Ángel Montelongo, quien dejó este mundo rodeado de su familia, amor y un legado que perdurará por generaciones.
Nacido el 31 de mayo de 1945 en Charco Blanco, San Luis Potosí, México, Ángel era el hijo menor de Francisco y Teodora Montelongo. Era el querido hermano de Román, Maximino, Santos, Pedro, Catalina, María y Florencia. La historia de Ángel es una de dedicación a la familia, a la comunidad y a una vida de servicio silencioso y profunda fe.
En 1964, Ángel emprendió el valiente viaje a Estados Unidos, donde primero trabajó en la agricultura y como conductor de camiones. Se estableció en Rancho La Campana, donde forjó amistades para toda la vida y dio origen a preciadas tradiciones familiares. Su sólida ética de trabajo lo llevó a trabajar en Samuel Edwards, Alamillo Farm Labor, Valex y Limoneira.
En 1967, Ángel conoció al amor de su vida, Ninfa, en Cerritos, SLP. Su amor fue instantáneo y duradero, y floreció en un hermoso matrimonio que duró 55 años. Juntos, construyeron una familia amorosa y un hogar lleno de calidez y alegría. Ángel fue un esposo, padre, abuelo y bisabuelo devoto. Le sobreviven sus hijos Blanca, Mariela (Mario) y Ángel (Marlen); sus nietos Joseph, David, Vanessa, Natalia, Alexa, Layla, Damián, Mario e Maria Isabel; y sus bisnietos Jayden, Francisco, Elissa, Theo, Madelynn, Anthony y Mila.
Ángel dedicó generosamente su tiempo y su corazón. Participó activamente en la comunidad a través del Club Cerritos y Beneficiencia Mexicana Fraternal, y fue presidente de Casa del Mexicano en Santa Paula por más de 10 años. Ya sea ayudando a organizar eventos, ayudando a familias necesitadas o liderando iniciativas benéficas para causas como March of Dimes, Easter Seals, St. Jude y Señor de los Rayos, Ángel siempre fue el primero en ofrecer ayuda, sin pedir nada a cambio.
Su fe fue una fuerza que guio su vida. Fue un orgulloso miembro de Cristo Rey y sirvió como ministro de la Eucaristía en la iglesia de San Francisco de Asís en Fillmore. Su devoción era visible no solo en su servicio, sino también en su forma de vivir: con humildad, gratitud y compasión.
Ángel encontraba alegría en los placeres sencillos: la jardinería, alimentar a los pájaros, compartir el desayuno con la familia, animar sus programas favoritos, visitar el Chumash Casino y, quizás lo más memorable, llegar a la puerta de un familiar con una bolsa de nopales recién cortados y una sonrisa. Adoraba a sus nietos y bisnietos, y atesoraba cada momento que pasaba con ellos.
La familia lo era todo para Ángel. Se enorgullecía de formar parte del comité original que organizó la Reunión de Montelongo en 1982, una tradición que esperaba que perdurara para siempre. Creía que la familia no era solo un vínculo, sino un legado, y trabajó incansablemente para mantenerlo vivo.
La presencia de Ángel era innegable. Cuando entraba a cualquier lugar, se iluminaba, no solo por su cálida sonrisa, sino por el amor y la luz que irradiaba con tanta naturalidad. Conocerlo era sentirse visto, escuchado y profundamente querido.
Extrañaremos sus historias, su risa, su fuerza serena y su amor inquebrantable. Pero su espíritu vive en cada jardín que plantó, en cada vida que tocó y en cada corazón que lleva su recuerdo.
Descansa en paz, Ángel. Tu vida fue una bendición, tu recuerdo un tesoro. Te amamos más allá de las palabras y te extrañamos más allá de lo imaginable.
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