Gracias por el maravilloso tiempo que anidé en
tu vientre, porque cuando en él dormía, tu voz me
arrullaba como canción de cuna. Gracias por darme
tu sangre, por acariciar tu vientre; porque la sola
idea de imaginarme como sería, te hacía feliz.
Gracias por velar mi sueño, por cuidar mis caídas,
sino motivarme a levantarme. Gracias, porque tu
sola mirada bastaba para hablarme. Gracias, porque
aunque tu vida era frágil, siempre sonreías. Gracias por enseñarme que nunca es tarde para prepararse
y aprender cosas nuevas. Gracias por dejarme descubrir, que detrás de tu carácter firme, existía un noble corazón rebosante de amor, por servir a quien te pide tu mano. Gracias, porque hasta el último momento diste buen ejemplo de valentía y fortaleza, y que, hasta el día de hoy, Dios te lo sigue recompensando en el cielo.